En mayo de 1998, en Pentecostés, habíamos ido a Roma al encuentro de los movimientos con el Papa. Fuimos con los tres hijos más grandes: Diego, Rodrigo y Marimar. Fue un viaje muy bonito. Pero estando en uno de los paseos, me di cuenta de que ésa era la tercera vez que estaba en la catedral de Siena y sin embargo, no conocía casi nada de mi país, ni siquiera Guanajuato.
Lo comenté con Emilio y ese día decidimos que nuestros viajes familiares los dedicaríamos a conocer nuestra hermosa y rica tierra mexicana.
Empezamos ese mismo verano recorriendo un pedazo de lo que se conoce como “La ruta de la Independencia” y que incluye algunos de los lugares por los que pasaron los caudillos de la guerra de Independencia que duró de 1810 a 1821.
Salimos en coche con los seis enanos, que en ese entonces tenían de 1 a 13 años y paseamos por:
- Tula, Hidalgo
- Querétaro
- San Miguel de Allende, Guanajuato
- Guanajuato
- Morelia, Michoacán
- Pátzcuaro, Michoacán
Voy a escribir los recuerdos que tengo de manera suelta y tal vez poco a poco lo podré ir completando y ordenando.
Ale era muy pequeñita aún. Supongo que ella casi no se acuerda de ese viaje.
Fer era una niña encantadora de 4 años que hacía amigos con todos. Se hacía amiga de las recamareras, de los meseros, del pianista, de todos aquellos con los que se encontraba.
Los otros cuatro, los grandes, estaban en la edad ideal para viajar: entre seis y trece años.
La primera parada que hicimos fue en Tula, Hidalgo. No tiene nada que ver con la Independencia, pero nos quedaba de paso.
Visitamos los Atlantes de Tula, nos sacamos fotos y en la caminata de salida, comimos tunas rojas (pitayas) que cortamos nosotros mismos de los cactus.
De ahí salimos hacia Querétaro, en donde nos hospedamos por dos noches.
Visitamos la Casa de la Corregidora (actual Palacio de Gobierno), el Acueducto, la Catedral, el Teatro Iturbide y algunos museos y conventos.
En los trayectos en el coche, alternando con las canciones de Cri-Cri, les iba contando Leyendas de cada uno de los lugares y eso hizo divertido el viaje: que si la mano negra, que si la llorona, que si el beso, que... ¡muchas historias les conté!
En Guanajuato paseamos por los callejones, fuimos a ver a las momias y contamos más y más leyendas.
De San Miguel de Allende, lugar hermoso, lo que me acuerdo, es que estábamos ahí cuando fue el cumpleaños de Rodrigo. Y Marimar y Diego, para darle lata, fueron a llamarle a uno de esos músicos callejeros para que le cantara las mañanitas en el restaurante en el que estábamos comiendo. Rodrigo se puso muy furioso.
De Morelia recuerdo que fue una tristeza ver el centro histórico totalmente invadido por los vendedores ambulantes. Tan hermosa ciudad y parecía un tianguis, pues los puestos tapaban totalmente las fachadas de los edificios coloniales.
En uno de los hoteles... que tenía una armadura a la entrada (creo que era el de Morelia) nos abrieron la suite presidencial para que la conociéramos (se llamaba algo así como el Salón del Conquistador o del Virrey) y estando allí, se metió un pajarito por la ventana y lo atrapó Rodrigo poniéndole un trapo encima. Jugamos con él largo rato. Creo que estaba lastimado o algo por el estilo.
Otra anécdota fue con la Fer. En uno de los hoteles había un pianista que amenizaba las comidas. Fer llegaba con él y le pedía canciones infantiles como “Lindo Pescadito” y otras por el estilo y el pianista la complacía, supongo que arriesgando su puesto de trabajo, pues era un restaurante serio. Y es que mi Fer era una niñita muy encantadora.
Algo divertido de ese viaje fue una confusión que tuve con una de las leyendas-historias que les contaba. Ésta, la Leyenda del Árbol de la Cruz, la leí en inglés y decía que Fray Antonio Márgil, uno de los primeros franciscanos que trabajó en la evangelización de los indígenas de Mesoamérica, siempre iba acompañado de un “walking stick”. Yo, la tonta, en lugar de traducir, “walking stick” como bordón, lo pensé como uno de esos bichitos que son como palitos caminantes, creo que se llaman “insecto palo”. Entonces, toda la historia se la conté a mis hijos como el bichito que acompañaba al fraile. Hasta que llegamos al convento y vi su imagen con su bordón y caí en la cuenta de mi error. Me reí mucho de mí misma. Resulta que Fray Antonio clavó su bastón en la tierra y éste empezó a retoñar y a dar espinas en forma de cruz. Es un arbusto enorme que se puede ver en un pequeño jardín interior del Convento de la Santa Cruz de los Milagros en Querétaro.
Estando en Morelia fuimos a ver una cascada, creo que se llama la Tzararacua, cerca de Uruapan. Entramos por un camino de terracería y Emilio dejó manejar un rato a Diego y otro a Rodrigo.
La última parada fue en Pátzcuaro, ya yendo de regreso hacia México. Comimos un delicioso pescado blanco. Nos sorprendió ver cómo había bajado el nivel del agua. Los restaurantes que antes estuvieron a la orilla del lago, ahora estaban a unos diez metros de él. :(
Este fue el primero de muchos viajes que hemos realizado
por nuestro México hermoso.